sábado, 12 de junio de 2010

Cosas que complican la vida

Al hilo de lo que comentaba, hoy toca tijera. Cortar; cortar y tirar. Pues resulta que aquellos zucidos y aquellas vainicas tenían algún sentido. El zurcido (invisible a todas luces) tapaba el agujero del calcetín en el que millones de mujeres guardaban lo sisado al guerrero que guerreaba para llenar el calcetín. Les parecerá oscuro todo esto, pero si dejan uds. la mente en blanco y lo vuelven a leer, la luz se hará, como dios manda. Respecto a las vainicas: nos las vemos en este caso con el aspecto suntuario de la cuestión. No vayan a pensar uds. que es este un aspecto baladí-í-í. Tener vainicas (los que no sepan nada del asunto, por favor, busquen. Contarlo cuesta casi tanto como hacerlo) es (era) lo que diferenciaba a la hembra de la especie con tiempo sobrante de aquella otra más aficionada a los cocidos y que vivía en una casa sin espejos. Y ahora, olviden los calcetines y las vainicas, por favor, porque ahora vamos a hablar de botijos. Cuando yo era niña y moza había dos botijos fundamentales: el de Salvatierra y el de Ocaña. Uno rojo y el otro blanco. El país estaba dividido entre los partidarios de Ocaña y los de Salvatierra. Yo prefería Salvatierra. ¿Por qué? Adivino, pues tonta del todo no soy, que todos se inclinan por el aspecto metafórico de la cuestión. Pues no. Es que el de Salvatierra tenía dibujitos y Ocaña era demasiado austero para mi gusto de entonces. Ahora bien, ¿saben uds. para qué sirve un botijo? Se lo cuento, no hace falta que lo busquen. Pónganse uds. en un campo netamente español a trabajar bajo un sol español y coloquen el botijo en la linde del campo (para no cargárselo al pasar), muéranse uds. de sed y diríjanse con ansiedad al botijo. Jamás los defraudará. El agua que sale de un botijo tiene esa temperatura y calidad que roza la perfección. No está helada sino fresca. Pueden uds. beber hasta hartarse sin que les rechinen los dientes y hasta echarse un chorrillo por la cabeza (es uno de los grandes placeres de la vida si están en un campo netamente español etc.). Además, está el sabor. Pruébenlo, no quiero ponerme literaria. Bueno, pues resulta que un buen día llegó el diseño (design) al botijo, y se inventó el botijo de nevera, una especie de cosa aplastada por los polos para poderla meterla en el frigidaire o refrigerator. Ahora el invento está bastante desprestigiado, pero en los años ochenta (del pasado siglo) causaba furor. No había nevera sin su botijo. ¿Y de qué va esta entrada de bloj? Lo sabrán si tienen paciencia. Por cierto, acabo de darme cuenta de que esta cosa está programada con la hora del Pacífico (el océano, supongo), así que les informo de que en Madrid ha dejado de llover, de que hoy es sááábado y de que me voy a darme una vuelta.

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