domingo, 27 de junio de 2010

Botijos 2

Hablábamos hace unos días de botijos y luego nos liamos a hablar de otras cosas, aunque, si se fijan bien, notarán ustedes que a fin de cuentas siempre estamos hablando de lo mismo. Retomemos el hilo. Pues resulta que un día se inventó el botijo de nevera. Para más escarnio, el botijo vidriado de nevera. (Les recuerdo que el botijo CLÁSICO, el botijo ANCESTRAL, servía para refrescar el agua aun entre los surcos ardientes de la vega del Guadalquivir en pleno mes de agosto.) Pues el achaparrado botijo de nevera no cumple su sagrada función. Sólo enfría si uno lo mete en una nevera; y si luego uno sale corriendo y se acerca hasta la vega del Guadalquivir, llegará con un botijo con el agua a medio cocer, que no es lo mismo. Me darán la razón si lo prueban. Pues así todo. Hubo un genial diseñador (nórdico) que diseñó un aparato (aparatoso) para exprimir limones. El cacharro no es feo, pero mide como medio metro de alto y tiene un montón de trastillos y lengüetas que hay que lavar después de exprimir el limón. En mi casa, para exprimir limones, seguimos una vieja fórmula: pillamos el limón, lo partimos por la mitad sin muchos miramientos estéticos, le clavamos un tenedor de los de toda la vida y lo espachurramos con la mano libre. El jugo sale (doy fe) y cumple su sagrada función de agriarnos la comida. Hay otro método más sofisticado. Baja uno al chino de la esquina y se compra por un euro un exprimelimones de plástico amarillo o rosa (unos veinte centímetros de diámetro). Lo usa y lo abusa, y cuando va perdiendo los colores de la vida, le da cristiana sepultura sin lágrimas ni arrepentimiento y baja corriendo a comprarse otro (malva). ¡Viva el diseño!

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