domingo, 11 de diciembre de 2011

Manifiesto que...

Para un editor, o por lo menos para esta editora, hablar de los libros que publica en los términos laudatorios corrientes (maravilloso, imprescindible, magnífico, bellísimo, importante, etc.) resulta sonrojante. Y ridículo, porque claro, si un libro no me hubiera parecido bueno, ¿me habría jugado los 2.000 o 3.000 papeles que cuesta imprimirlo, más los otros tantos del trabajo previo de edición? Todos los libros que publicamos en Barataria, la editorial que dirijo, me parecen merecedores de ese esfuerzo y de ese riesgo económico por una u otra razón. Algunos porque me han conmocionado, otros porque me enseñaron lo que no sabía o me recordaron lo que sabía pero no recordaba, e incluso alguno porque me pareció necesario aunque no estuviera de acuerdo con él. Y todos ellos, lo pretendieran o no sus autores, tienen un fondo político, una ideología. Me interesa hablar de esos libros que se declaran políticos desde su creación, de los "manifiestos", y me interesa sobre todo responder a algunas bobadas que veo escritas en periódicos, blogs y comentarios de todo tipo que acusan de oportunismo a las editoriales que publicamos textos breves alegatorios, panfletarios, que hacen proclamas o se manifiestan sobre la situación económica y política. Se oye bastante esa solemne tontería de que los editores no "deben meterse en política". Bueno... parece mentira que a estas alturas haya que explicar que quien dice no meterse en política y predica con ese pésimo ejemplo está metido hasta las cejas en la política del laissez faire (wikipedia.org/wiki/Laissez_faire) que tan "estupendos" resultados nos ha traído. ¿Deberíamos publicar quizá sus hagiografías? ¿O nuestro reconocimiento por sus impagables servicios? Gran idea: gracias, muchas gracias a todos los apolíticos, indiferentes y meapilas políticos de las generaciones posfranquistas por dejarles a nuestros hijos un futuro tan brillante. Gracias, europeos de pacotilla, por haber hecho del dinero, esa entelequia de papelillos que ya no podrá en años representar al honrado trabajo, a la honrada producción del esfuerzo humano, el eje central de nuestras vidas devaluadas. ¿Qué diría de nosotros Aristóteles, el padre de la Política, si viera que lo tratamos a él y a sus descendientes peor que a carteristas cuando no hay dinero en todo Occidente para pagar sus derechos de autor? Quédense, señores aficionados a la edición sexoangelical, cronistas de la chispa de la vida y todos sus acólitos, militantes de la nada, con su pastel, y repartan entre ustedes esos papelillos que tanto los excitan, quédense en buena hora con el glamur, ese maquillaje pastoso con el que intentan ocultar su codicia. Ustedes sí que saben cómo aprovechar las oportunidades del mercado. Pero sobre todo olvídense de todos los que no queremos ser como ustedes. Porque no lo somos. Barataria seguirá publicando mientras pueda libros tan oportunos como Alegato contra la pureza de José Luis Ortiz Nuevo o el más reciente Manifiesto de derechos humanos de Julie Wark porque nos parecen necesarios y, en última instancia, si ustedes insisten, porque nos da la gana. Faltaría.

jueves, 17 de febrero de 2011

Claves

Siempre olvido esas claves que aparecen en los blogs como etiquetas de entrada. Las olvido no porque me parezcan olvidables sino porque al acabar el texto espero haberlo acabado todo. Chiuso e finito. Error. He comprobado en estos últimos días que cuando tengo que hablar de un libro, mejor dicho, cuando tengo que hablar de muchos libros, las palabras claves me sirven más que esos resúmenes de los que nos valemos los editores para convencer a quien sea de la imprescindibilidad (palabra inexistente en el diccionario, y muy fea además, pero que ahora me va de maravilla) de ese contenido envuelto en ese continente, que hemos diseñado para que el texto y el autor se sientan como en su casa. Si no entienden lo que les digo, se lo intentaré explicar, y a ver si así... Si digo que El negro del Narcissus de Conrad es la historia de un largo viaje en barco en el que un personaje (el negro) introduce un elemento de discordia, la famosa cizaña de Astérix y Obélix, en un microuniverso regido por la disciplina, y que esa cizaña o discordia provoca el caos y el peligro, y más tarde las actitudes violentas y asesinas de la tripulación, podrán llegar a sus conclusiones. Esas conclusiones estarán determinadas por infinidad de "previos" a la lectura. Si usted es un lector escéptico, pensará enseguida en los cientos de "previos" que han provocado esa situación, buscará (y los encontrará) todos y finalmente llegará a la conclusión muy meditada de que los marineros del Narcissus son culpables porque todos tenían libre albedrío, pero también que son inocentes porque no sabían que podían ejercitar esa libertad. Y no es un mal argumento. Los bienpensantes que tanto abundan hoy supondrán que un negro al que todo el mundo llama "negro" no tenía más opción que la de presentarse como una víctima. Y también sus razones son válidas. Los más, digamos, reaccionarios, dirán que a ver por qué demonios el capitán tuvo que meter a un negro enfermo y rarito en el barco. Y, la verdad, no es una mala pregunta.
El hecho es que El negro del Narcissus puede plantear preguntas a casi todo el mundo que tenga ganas de pantearse algo. Creo haberlo demostrado. Y lo mejor es que las preguntas que plantea el libro esperan respuesta. La gracia de esas palabras claves es que dan una visión "pictórica" de una historia válida para cualquiera. Son pinceladas elegidas para "situarse" y "entender" un libro que, por desgracia, no hemos leído, y que sirven lo mismo para el excéptico, para el bienpensante y para el reaccionario. Vamos allá. El Negro del Narcissus: inmensidad, soledad, tiempo indeterminado, disciplina en cubierta, intimidad bajo cubierta, elementos desatados, culpabilidad, racismo, morbo, miedo, catástrofe, solidaridad, tierra bajo los pies, paz.